Director del área de Entorno Político y Social
Vista desde una perspectiva empresarial, la democracia —como tipo de gobierno— puede parecer mucho menos atractiva de lo que se suele pensar. Ni la eficacia ni la eficiencia son el punto fuerte de la democracia, la cual implica votaciones, el consenso, complicados procesos legislativos a varios niveles, contrapesos, separación de poderes y rendición de cuentas entre otros mecanismos institucionales. Otro punto débil de la democracia es la falta de control directo sobre los recursos y las personas. Además, en su esencia, la democracia moderna se basa en la idea de que una persona equivale a un voto, independientemente de los conocimientos, la situación socioeconómica, las responsabilidades profesionales o la experiencia.
Debido a estas debilidades, entre otras, hay personas que suelen defender (reticentemente) la democracia como necesaria, el gobierno en los asuntos públicos, pero no en lo privado. Pero entonces, si la democracia es intrínsecamente buena, ¿por qué no aplicarla en el sector privado? Por otro lado, si la democracia es profundamente deficiente, ¿por qué nos empeñamos en mantenerla en la política?
A lo mejor, como consecuencia, están de moda algunos modelos “híbridos” —como la democracia illiberal o autoritarismo electoral— que a lo mejor no son plenamente democráticos, pero dan resultados tangibles.
Curiosamente, algo similar ocurre en el ámbito de las familias. Aunque las familias están formadas por personas que suelen participar en la vida democrática como ciudadanos, pocas familias se gobiernan democráticamente. No hay pesos ni contrapesos, ni división de poderes. No se acomodan los intereses de la mayoría y de la minoría. Hay pocas votaciones (fuera de decisiones sobre qué tipo de pizza ordenar o cuál película ver el domingo).
En resumen, parece que la democracia sólo se aplica al gobierno en el sector público, mientras que en el sector privado predomina la inclinación por la monarquía, ya sea parlamentaria o absoluta. ¿Es adecuada esta división entre distintos tipos de gobierno en función de las distintas dimensiones de la vida social? ¿Los que son orgullosamente demócratas no deberían practicarla también en lo privado y no solo en público? ¿Y aquellos que están a favor del gobierno monárquico, no deberían cabildear por un cambio de la gobernabilidad pública? ¿Es utópico pensar que un organismo tan complejo como el Estado pueda ser gobernado de forma democrática? ¿Esta separación entre democracia en lo público y monarquía en lo privado no estará mostrando que las sociedades están más dispuestas a arriesgar la estabilidad de la polis más que la estabilidad de organismos privados?
*El autor es director del área de Entorno Político y Social y director académico de los Programas de Perfeccionamiento del IPADE.
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