Donald Trump interpreta el escenario internacional desde una lógica de poder. Su admiración por líderes autocráticos es ampliamente conocida, y su visión política se alinea con una concepción anacrónica de las esferas de influencia, en la que los Estados deben ejercer su fuerza, y los más poderosos pueden imponerse sobre los débiles sin importar los medios.
Consideraciones estratégicas detrás de sus decisiones Más allá de las críticas a sus políticas, algunas decisiones de Trump responden a consideraciones estratégicas reales. Reconoce a China y Rusia como potencias globales y compite con ellas por la influencia en regiones clave, como el Ártico. Su interés en el control de rutas, acceso a minerales y posicionamiento territorial explica, en parte, su atención a Groenlandia y, en menor medida, a Canadá.
Sin embargo, resulta difícil comprender por qué privilegia el aislamiento frente a la cooperación con aliados tradicionales. Esta visión individualista ha sido una constante en su enfoque de política exterior.
La percepción de debilitamiento económico
Otro factor relevante en su estrategia es la percepción de que Estados Unidos ha perdido capacidad productiva y económica por la fuga de capital hacia otros mercados. Desde esta óptica, las medidas arancelarias y proteccionistas buscan forzar a las industrias a reinvertir dentro del país, con la expectativa de generar nuevos empleos y fortalecer la economía nacional.
Impacto global de los aranceles
Respecto a otras naciones, la política de aranceles impulsada por Trump se justifica como una cuestión de seguridad nacional. El objetivo es mantener ciertas industrias estratégicas dentro del territorio estadounidense. Sin embargo, muchos de estos objetivos entran en conflicto entre sí, y no existe una justificación clara para que Estados Unidos afronte estos desafíos de manera unilateral.
La relación entre México y Estados Unidos
En este contexto, la conectividad entre Estados Unidos y México es tan profunda que resulta inviable eliminarla. Lo más prudente es adoptar una estrategia paciente y flexible, a la espera de un entorno más favorable.
En 2016, con la llegada de Trump a la presidencia, se generó una fuerte incertidumbre en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Inicialmente, se rechazó el TPP y se criticó con dureza al TLCAN. Sin embargo, el resultado fue una renegociación que incorporó elementos clave del TPP y dio lugar al T-MEC, con mejoras significativas.
Fortalecer la economía y la inversión en México
En un escenario irónico pero posible, la relación bilateral podría salir fortalecida. No obstante, esto no debe darse por hecho. México debe actuar en dos frentes: mejorar sus condiciones económicas internas y consolidarse como un destino atractivo para la inversión.
La incertidumbre regulatoria y el clima de negocios han sido obstáculos durante el actual sexenio. Es necesario proyectar una imagen de país confiable, con reglas claras, contratos sólidos y un entorno favorable para el desarrollo empresarial. Esta coyuntura representa una oportunidad que aún no se ha capitalizado plenamente.
La colaboración entre el gobierno y la comunidad empresarial será clave. En este sentido, la administración de Claudia Sheinbaum ha mostrado una mayor disposición al diálogo con el sector privado, lo cual es un signo alentador.
Competencia con China y la necesidad de cooperación regional
Estados Unidos necesita a Canadá y México para competir eficazmente con China. No se trata de rechazar al país asiático ni de reducirlo a una amenaza militar, aunque esta posibilidad no puede descartarse. La competencia es estratégica y, en la actualidad, no se está gestionando con eficiencia.
El futuro de América del Norte no se construirá desde el aislamiento, sino a través de la cooperación regional. A medida que esta realidad se imponga, es previsible que las sociedades, gobiernos y líderes de los tres países refuercen sus vínculos y trabajen en una agenda común de desarrollo y estabilidad.