El legado identitario se refleja en nuestras historias y tradiciones, porque es ahí donde se define, de forma única, el espíritu de nuestra familia y empresa. Somos quienes somos porque damos lo mejor en lo que hacemos. Ese legado identitario se construye superando retos, atravesando crisis y alcanzando logros que vale la pena reconocer, celebrar y sentir orgullo.
Ese “saber hacer”
—esa capacidad de afrontar desafíos y salir fortalecidos— se consolida con el tiempo. Los obstáculos nos prueban, pero también confirman de qué estamos hechos.
Un ejemplo inspirador es el de Grupo Urrea, fundado en 1907 por Don William Caro. Años después, Don Raúl Urrea retoma el proyecto, lo impulsa con determinación, y hoy, la cuarta generación ha revitalizado y casi refundado las dos divisiones del negocio: Urrea Herramientas y Urrea Agua, empresas exitosas, reconocidas y fieles al legado de sus fundadores. Ese espíritu —transmitido por abuelos, padres e hijos— lleva el apellido con orgullo y compromiso, y proyecta la empresa hacia muchas generaciones más. Te invito a reflexionar: ¿cómo valoran ustedes su propio legado? ¿Cómo se compromete y se vincula tu familia con la iniciativa empresarial que tienen entre manos? Pensarlo es el primer paso para fortalecerlo y continuar ese camino hacia el futuro.