Si la planeación estratégica es fundamental para definir el rumbo de una organización ante entornos desafiantes, ¿por qué no aplicar los mismos principios a la empresa más importante de todas: nuestra vida?
En Política de Empresa, se enseña que el proceso estratégico consta de tres movimientos esenciales:
Diagnóstico
Implica reconocer fortalezas, habilidades y talentos, así como identificar limitaciones o áreas de oportunidad. También exige observar el entorno para detectar oportunidades que puedan aprovecharse y amenazas para las que conviene prepararse.
Definición de objetivos y decisiones clave
La pregunta central es: ¿qué se desea realmente en la vida? Esta claridad surge al cruzar cuatro dimensiones: • Qué gusta hacer • Para qué se tiene talento • Si existe una necesidad real • Y si el mercado está dispuesto a pagarlo Este cruce define lo que algunos denominan “ikigai” o propósito vital.
Un ejemplo ilustrativo es Rafael Nadal: su caso demuestra lo que ocurre cuando vocación, talento y oportunidad se alinean.
Ejecución
Una vez definidos los objetivos (no más de cuatro o cinco), es crucial practicar hábitos diarios que acerquen a su cumplimiento, revisar periódicamente el avance y corregir el rumbo.
La planeación estratégica personal debe ser dinámica y adaptativa.
Imaginar el discurso que alguien daría sobre uno mismo en el futuro puede ayudar a orientar las decisiones más auténticas.
¿Qué gustaría que dijeran?
¿Que fue un padre amoroso, un emprendedor exitoso, un amigo leal o un líder con propósito?
Reflexionar sobre ello conduce a una vida con mayor sentido.
En suma, aplicar los principios de la dirección estratégica a la vida personal no implica complicarla, sino conducirla con claridad y propósito. Se trata de liderarse a uno mismo con el mismo rigor, visión y compromiso con los que se lidera una gran empresa.