No podemos adivinar el destino de un barco analizando su madera y sus velas. Para eso, no debemos preguntar al barco, sino a su capitán.
Con una visión meramente humana sería imposible plantearnos objetivos nobles y sublimes que aparentemente vayan más allá de nuestras capacidades humanas. De haberlo hecho así, Carlo Magno no hubiera conquistado media Europa, ni Miguel Ángel hubiera logrado hacer magia en el techo de la capilla Sixtina, ya que claramente sus proezas rebasaron sus sueños.
Sin la voz de la conciencia —que es, en última instancia, la voz de Dios— en la búsqueda de nuestra misión nos quedaremos siempre cortos y no logramos abarcar la dimensión completa de nuestra persona, que incluye mente cuerpo y espíritu. No podremos ni encontrar en nuestro corazón las respuestas profundas que buscamos, ni realizar los cambios en nuestra persona que nos impulsen a conquistar esos aspectos de nuestra misión que serían impensables sin la fuerza de la Gracia Divina.
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