Decano del área de Entorno Político y Social
La vida corriente, normal, sin estridencias es, a veces, consideraba como poco relevante. Se trata de ganar, de sobresalir, de destacar. La vida cotidiana de millones de personas, cuyos nombres no aparecerán en letras de oro en libro de la historia, aparentemente no tiene importancia. Es tanto como afirmar que la decencia, la bondad, la cordialidad o la práctica de las virtudes son asuntos de pusilánimes. En cambio, el éxito, los triunfos, el poder, el ganar y aparecer en la cumbre se consideran como los verdaderos timbres de gloria para el ser humano.
El planteamiento anterior se retrotrae a la moral del superhombre de Nietzsche, plenamente vigente en nuestras sociedades de la posverdad. El hombre superior es aquel que desafía toda las normas, reglas o usos sociales para imponer su voluntad de significado individual, y que tiene que luchar contra la moral de los esclavos que tratan de limitarlo. El superhombre tiene una voluntad de poder, de dominación e imposición que lo hace superior fuerte, inquebrantable, imbatible.
El error antropológico salta a la vista, todo ser humano es vulnerable: puede ser herido, lesionado o ultrajado de formas muy diversas. La vulnerabilidad es concomitante a nuestra naturaleza humana. El origen de la palabra -etimológicamente- refiere al latín vulnus que significa herida. La vulnerabilidad es la fragilidad del viviente y también de la naturaleza inanimada. Es la indigencia, la debilidad, la precariedad del ser humano que no se basta a sí mismo, sino que depende de otros, que necesita de cuidados y ayudas múltiples, para desarrollarse y coronar su existencia.
La vulnerabilidad se manifiesta en la enfermedad, algo que la pandemia ha hecho patente para todas y todos, y también en el cansancio, la vejez, la mortalidad o la obcecación.
La vulnerabilidad no solo es debilidad, sino una condición de la incumbencia por la que mutuamente no referimos unos a otros. Algo nos incumbe cuando cae dentro de nuestro espectro de funciones, competencias o responsabilidades. De esta suerte la vulnerabilidad radical del ser humano hace que todos los demás sean de nuestra incumbencia. Y también nos lleva al gratificante hecho, de cada que cada una y cada uno de nosotros, seamos de la incumbencia de los demás, en tanto seres necesitados que requieren de ayuda.
La responsabilidad se alimenta de la vulnerabilidad porque nos hace codependientes en el mejor sentido de la expresión. Dolorosamente estamos aprendiendo que la naturaleza también es vulnerable, que es capaz de ser dañada por nuestros comportamientos, y que puede ser destruida.
La toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad y de la vulnerabilidad de la naturaleza es sin duda la clave para estar abierto a las relaciones con los demás seres humanos, con los demás seres vivientes del mundo, con los seres inanimados e incluso con los siderales.
La vulnerabilidad tiene una función crítica: nos obliga a modificar la manera en que nos hemos pensado.