La calma en la tormenta.- Para definir los tiempos agitados y turbulentos que corren, muchos hemos recurrido a compararlos con una tormenta. Ésta se asocia naturalmente con fuertes vientos y lluvias torrenciales, con el estruendo de los rayos que sobrecogen el ánimo y el corazón y con grandes olas que amenazan con el naufragio. Es en medio de la tormenta cuando tomamos conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra impotencia y pequeñez.
No son pocas las ocasiones en las que también comparamos a nuestra empresa con un barco. La expresión de “estamos en el mismo barco” ha logrado carta de naturalización en nuestro lenguaje cotidiano; aunque realmente no estamos en el mismo barco, sino en la misma tormenta; en barcos distintos, pero con un objetivo común: sortear la tempestad.
Al timón de la empresa nos asimos con fuerza desde nuestro privado o home office, y detrás del mismo vemos a nuestro barco zarandeado por el oleaje de la incertidumbre. Las perspectivas se obscurecen y después de más de cuatro meses de pandemia, encierro y zozobra, el COVID no cede y muchos negocios se aferran hoy a la vida con alfileres. Han aparecido en nuestro horizonte nuevos miedos: al desgaste de facultades y energías, a los errores que podemos cometer, a la pérdida de seres queridos, y a la posible muerte de nuestra propia empresa.
Sereno, moreno
Es ante este panorama donde se separan los hombres y mujeres de carácter de los niños asustadizos que temen a la obscuridad. Los empresarios que han recorrido muchos mares y sorteado borrascas y arrecifes, van en su barco más serenos que los que navegan por primera vez en la tormenta.
Como reza la frase clásica de William G.T. Shedd: “Los barcos están seguros en el puerto… pero no es para eso que fueron hechos”. Y añadiría: tampoco los capitanes. A estos se les distingue por su aplomo y serenidad -a veces aparente- para calmar a la tripulación de su equipo de trabajo cuando los miran con la cara descompuesta por el miedo pareciendo quererles gritar: “¡Haga algo, que naufragamos!”
En estos tiempos hemos aprendido a leer en las miradas de nuestro equipo e identificar a quienes se sienten tranquilos, porque confían en la firmeza de nuestro pulso al maniobrar el timón de la empresa. Y a quienes no dejan de mirarnos de reojo, con miedo a los errores que podamos cometer.
Te comparto que justo en enero de este año -cuando la palabra COVID apenas se escuchaba desde la lejana China- los socios de nuestra firma de abogados decidimos iniciar un proceso de reorganización profunda de la mano de una reconocida empresa internacional de consultoría. El timing para iniciar la reestructura ha resultado providencial. Este proceso nos permitirá hacer frente no solo a los retos del COVID, sino a la nueva normalidad -cualquiera que ésta sea-, y salir fortalecidos. Como todas las instituciones que sean capaces de reinventarse, de redefinir prioridades, operar alrededor de sus fortalezas y enfocarse en sus diferenciadores. En términos empresariales, es momento de invertir en músculo y reducir grasa. Lean operation le llaman los expertos.
En este proceso he aprendido muchas cosas. Entre ellas, una palabra: “Democratura”, que, si bien no existe en el diccionario, es una hábil forma de combinar las palabras democracia con dictadura.
Según esta teoría, la “Democratura” aplica un modelo democrático en el proceso de la toma de decisiones, durante la que se debe considerar la opinión, visión y percepción de todos los niveles y áreas de la empresa; y un modelo dictatorial al ejecutar la decisión tomada. Ahí es cuando el capitán del barco debe tomar las decisiones difíciles, desde la soledad de la autoridad (que es el precio del liderazgo), considerando las variables que su experiencia le permite reconocer mejor que otros.
Cabeza fría en la tormenta
Nadie ha dicho que dirigir una empresa sea un concurso de popularidad. Las épocas difíciles requieren decisiones difíciles, aunque no sean populares. Pero eso sí, siendo fieles a nuestros principios fundacionales y a la ética empresarial que nos recomienda poner siempre a la persona en el centro de nuestro interés.
Es normal que con las decisiones difíciles llegue la incomprensión, el reclamo y la soledad, por lo que es de vital importancia no perder la confianza y seguridad en nosotros mismos y en las decisiones que tomamos.
La confianza desplaza los temores y genera certeza en medio de la incertidumbre. Es un ingrediente fundamental en la guerra por la conquista de la paz interior. En mi opinión, esta es la batalla principal. Es la que por ningún motivo podemos perder. Si perdemos la paz, lo perdemos todo.
Por más bravo que se encuentre el oleaje, nadie quiere ver al capitán de su barco asustado y sin control. Por eso, es justo en un mundo convulsionado, trepidante y un tanto enloquecido -y no en el Tíbet- donde te convoco a alimentar el sosiego, buscar la calma y fomentar la virtud de la esperanza.
Es claro que esa serenidad no viene de fuera. Radica en nuestro mundo interior, al que se llega solamente por la puerta del silencio y la introspección.
Sin sosiego no podremos mantener el ánimo imperturbable que requerimos para mantener la cabeza clara y fría cuando más se requiere: en tiempos de decisiones estratégicas, que pueden salvar o empinar la nave.
Tormenta: La experiencia: base de la confianza
Existen también muchas razones para confiar en nosotros. En nuestro olfato, nuestra intuición, nuestra creatividad y nuestra capacidad de gestión -en suma, en nuestra experiencia-. Aldous Huxley decía que “La experiencia no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede”. Solo tú sabes lo mucho que has hecho con lo que te ha sucedido en tus años de empresario con esa experiencia que está tejida de canas, cicatrices, raspones y heridas de guerra, y que será muy útil para salir adelante de esta crisis, que por más grave que parezca, como todo en la vida, terminará por pasar.
Es necesario apoyarnos en nuestras habilidades directivas, generar confianza y dar a nuestra gente, clientes y proveedores razones para creer en nosotros y en nuestra empresa.
Así como la falta de confianza se percibe como el miedo (se transpira, se huele), La confianza es igualmente evidente. La firmeza de pulso de una persona que sabe y confía en lo que hace, genera tranquilidad y certeza en un entorno intranquilo e incierto.
Por su parte, la confianza encuentra su ancla en la esperanza. Sin ella, estamos a la deriva. En su ausencia, sentimos que toda adversidad es una broma cruel del destino y que nada de lo que ocurre tiene sentido.
La esperanza nos hace confiar en el futuro. En que las cosas siempre ocurren para bien.
En ella seguramente se inspiró el autor del lema de la ciudad de la luz: “Flucuat nec mergitur”, que quiere decir: “París se estremece y se agita, pero no se hunde”.
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