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A 5 años de Laudato si’

Julio 27 / 2020

Rafael Ramírez de Alba López

Director del área de Entorno Económico

Rafael Ramírez de Alba López

Director del área de Entorno Económico

Julio 27 / 2020

 

En estos meses se cumplen 5 años de la publicación de la carta encíclica del Papa Francisco Laudato si’, en la cual hace un llamado para escuchar “el grito de los pobres y el grito de la naturaleza”. Con este documento, el Santo Padre nos propone reflexionar, entrar en diálogo y buscar soluciones que permitan aliviar la pobreza al mismo tiempo que cuidamos mejor del medio ambiente. Un llamado que se ha vuelto urgente dada la evolución de la economía mundial y el impacto del ser humano sobre el planeta. Pretendiendo atender este llamado, se han alzado voces que urgen un cambio del sistema económico. Sin embargo, antes de pensar en cambiar un sistema debemos empezar por cambiar nuestra manera de actuar y para eso es fundamental cambiar primero nuestros esquemas mentales.

 

¿Cómo se relacionan en la práctica el cuidado de los pobres y el cuidado de la naturaleza? La Ciencia Económica y el estudio de la evidencia empírica nos puede dar algunas luces. En principio, la respuesta a esta pregunta y, por lo tanto, las propuestas que se propongan para lograrlos dependerán en gran medida de cuál sea la lógica bajo la cual se entiendan las relaciones entre las personas y el uso de los recursos escasos para satisfacer las necesidades humanas, lo cual constituye propiamente la materia de estudio de la Economía.

 

Una alternativa para entender las relaciones humanas y el uso de los recursos es lo que podríamos llamar la lógica de la confrontación. En esta concepción de la realidad, Dios ha dado a la humanidad una cantidad limitada de satisfactores materiales, los cuales se han ido usando poco a poco a lo largo de la historia de manera profundamente desigual y ahora nos encontramos cerca del momento en que se acaben. Parafraseando a Elon Musk, esta lógica nos haría pensar que la economía es un mágico cuerno de la abundancia de la cual algunos sacan más cosas que otros.

 

Aunque muchas veces no se haga explícito, esta visión considera la vida de hombre en la tierra como un juego de suma-cero, es decir, para que gane alguien, alguien más tiene que perder; lo que consume un rico ya no está disponible para que lo consuma alguien más pobre, lo que consumimos en el presente ya no estará disponible para las generaciones futuras, lo que consumimos los seres humanos se lo quitamos a la naturaleza. Si lo anterior es cierto, el resultado no puede ser sino el enfrentamiento: los más fuertes podrán consumir más mientras que los más débiles se tendrán que conformar con migajas; el crecimiento económico sería cuestionado y considerado como la causa de que haya cada vez más pobres y que se agoten los recursos naturales.

 

En un mundo así, el papel de la religión será fundamentalmente apelar a la bondad, a la humanidad o a la vergüenza para convencernos que debemos consumir menos, de manera que pueda alcanzar para todos. Y, si por nuestro egoísmo esto no fuera suficiente para convencernos, será necesario que el Estado lo imponga por la fuerza, ya sea a través de la regulación, la redistribución o directamente haciéndose con la propiedad de los medios de producción. Es la visión de fondo de los sistemas socialistas, para los cuales la planeación centralizada de la actividad económica es necesaria para evitar el sobreconsumo de unos cuantos y lograr una distribución igualitaria y “racional” de los recursos.

 

La visión alternativa es la lógica de la colaboración. En esta concepción del mundo, Dios le ha dado a la humanidad una serie de recursos para que las personas, en colaboración conjunta, puedan producir las cosas que se necesitan para satisfacer sus necesidades, desde las más básicas hasta las más sublimes. Los satisfactores no “están ahí” para ser simplemente repartidos y consumidos equitativamente, hay que producirlos a través del ingenio y el trabajo; por lo tanto, la distribución no se puede desligar de la producción y el intercambio.

 

Esta visión considera que la vida del hombre en el mundo es, en la gran mayoría de los casos, un juego de suma positiva: para poder ganar, hay que ayudar a que alguien más también gane. El consumo de una persona relativamente más rica no significa menos para los más pobres, el uso de recursos en el presente no sólo no significa que haya menos para las generaciones futuras, sino que ayuda a ir creando un mundo con crecientes posibilidades de una vida mejor basada en lo que construyeron las generaciones anteriores. El crecimiento económico se vuelve entonces fundamental para lograr el desarrollo y un mejor nivel de vida para las personas; sí, con un inevitable uso de los recursos naturales, pero de manera racional, “economizando” el uso de estos recursos escasos.

 

Esta es la lógica de los sistemas económicos basados en la planeación descentralizada, en la libertad para que las personas puedan descubrir la mejor manera de combinar los recursos para crear productos valiosos y útiles para los demás. Sistemas en los cuales los precios juegan un papel fundamental para que tanto productores como consumidores tomen las decisiones más adecuadas, dadas las restricciones que enfrentan. Por ejemplo, en la medida en la que un recurso se va agotando, su precio aumentará y, naturalmente, los empresarios buscarán otros recursos para servir a sus clientes, los cuales procurarán consumir menos de aquello que se vuelve más caro, por ser relativamente más escaso.

 

En la medida en que en las sociedades se han ido estableciendo las instituciones necesarias para promover e incentivar esta colaboración (instituciones como la economía de mercado, el estado de derecho y la protección a los derechos de propiedad) el resultado ha sido una creciente prosperidad, lo cual afortunadamente incluye un medio ambiente progresivamente más limpio ya que el cuidado de la naturaleza es lo que en Economía se conoce como un “bien superior”, no en el sentido de tener mayor importancia o ser moralmente superior a otros bienes sino en el sentido que su consumo aumenta a medida que crecen nuestros ingresos. Es decir, a medida que las sociedades son más prósperas, se pueden dar el lujo de cuidar mejor del medio ambiente.

 

La evidencia apunta a que, por lo menos antes del freno de mano de las cuarentenas que se utilizaron para combatir la amenaza del COVID-19, la pobreza y el deterioro ambiental experimentaron importantes caídas a nivel mundial, gracias al crecimiento económico. Hemos logrado evitar así la pesadilla Malthusiana de un mundo en el cual el aumento poblacional irremediablemente llevaría al hambre, la miseria y la guerra como predecían algunos, como el Club de Roma, que urgía a limitar el crecimiento hace 50 años.

 

Si queremos un mundo más limpio y con menos pobreza, debemos empezar por basar nuestras acciones individuales y las políticas públicas que adoptemos como sociedad en la lógica de la colaboración en lugar de la lógica de la confrontación, siendo conscientes de la importancia de un mayor crecimiento y del fortalecimiento de las instituciones que lo promueven. La manera probada una y otra vez de combatir de manera efectiva la pobreza, acelerar el desarrollo y hacer un mejor uso de los recursos naturales es aumentar la libertad, proteger los derechos de propiedad y, en general, desarrollar las instituciones necesarias para la especialización y el intercambio voluntario entre personas libres y responsables.

 

[Lee también: Carlos Llano in Memoriam]

Julio 27 / 2020

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