Profesor del área de Factor Humano
El elaborado arte de no hacer las cosas.- Dejar las tareas para el último minuto puede convertirse en adicción. No es lo mismo retrasar actividades por aparente pereza que por tener el hábito de «procrastinar».
¿Por qué la gente no hace lo que tiene que hacer? ¿Por qué no hacen lo que saben que deben hacer y que pueden hacer? ¿Por qué una persona con capacidad y conocimientos escoge no hacer aún en detrimento de su propio desarrollo? A lo largo y ancho del mundo, directivos de empresas, profesores universitarios, entrenadores deportivos, padres y madres se hacen las mismas preguntas. Más aún: millones de personas se hacen la pregunta respecto de sí mismos: ¿por qué yo no lo hice a tiempo?
Existen respuestas de todo tipo, que podríamos reducir a aquella vieja visión de Douglas McGregor (Enlace externo: https://www.gestiopolis.com/teoria-x-y-teoria-y-de-douglas-mcgregor-sus-fundamentos/) sobre las posturas de los directivos ante el trabajo humano, las cuales denominó «teoría X» y «teoría Y». La primera presupone que «así es la naturaleza humana» y la segunda, que «les falta motivación».
Procrastinación y pereza: esas terribles consciencias
Descartando los factores de conocimiento y capacidad, es decir, si la persona puede y sabe entonces lo único que queda preguntarnos es ¿por qué no quiere? Existen fundamentalmente dos respuestas para ello: las personas no quieren aquello porque no lo consideran valioso para ellas en ese momento, o de manera contraria, porque no se consideran suficientemente valiosas para buscarlo o merecerlo. Esto habla de dos maneras de no hacer las cosas: por pereza y por procrastinación. Comportamientos similares con orígenes similares: una baja autoestima, y, sin embargo, radicalmente diferentes en el proceso que les da lugar.
La pereza, uno de los siete pecados capitales y uno de los vicios de nuestra era, tiene que ver con la negativa a enfrentar tareas que se perciben como arduas, difíciles, pesadas. El perezoso huye del esfuerzo, pero no de las entregas o de los plazos. Cumple en tiempo, entrega su reporte, investigación, presupuesto… pero su cumplimiento va al mínimo indispensable. Si le pidieron cinco, entregará cinco, pero ni uno más.
La procrastinación consiste en dejar para después lo que es preciso hacer ahora, a pesar del conocimiento claro que se tiene sobre los beneficios de realizarla y los perjuicios específicos para la persona de no hacerlo. Joseph Ferrari, autor del primer texto académico sobre el fenómeno señala dos características fundamentales: constituye una práctica recurrente, un patrón de actuación en el sujeto, y le causa un profundo malestar a quien lo manifiesta.
A diferencia de la pereza, quien padece la procrastinación no disfruta, sino por el contrario, sufre su inacción. No entiende cabalmente por qué pareciera que siempre le pasa lo mismo: aplaza lo que debería haber hecho, no está contento con sus resultados y experimenta culpa y pesar por lo acontecido, pues suele perder oportunidades profesionales y personales de forma continua debido a ello.
El procrastinador pospone el inicio de aquella tarea o proyecto importante, no por pereza o desidia, sino amparándose en otras muchas pequeñas actividades que también deben realizarse, aunque cuya importancia no es equiparable a la primera. Saben que deben terminar el reporte para las cinco de la tarde pero… «hay que» contestar los correos electrónicos… y «hay que» buscar ese archivo que me pidieron para mañana… y sin darse cuenta han dejado de lado lo importante por lo urgente.
Al final, confrontados con los plazos o términos de sus proyectos, entregan resultados que están por debajo del nivel esperado por ellos mismos y del que la organización sabe que podrían dar, escenario que les provoca una continua sensación de malestar. No les gusta esta situación, pero pareciera que tampoco pueden salir de ella. Quien ha padecido la procastinación conoce el duro juicio sobre sí mismo por no haber enfrentando la tarea en su momento.
Voluntad vs Autosabotaje
Los seres humanos no actuamos de forma gratuita. Nuestros actos tienen sentido, propósito. Buscamos lo que juzgamos bueno para nosotros, sea para satisfacer nuestros apetitos sensibles, intelectuales o trascendentes.
Los bienes mayores tienen siempre una naturaleza ardua. Un bien menor, dedicado a satisfacer mis ansias concupiscibles, suele ser fácil de obtener: para el cansancio, la siesta; para el paladar, la golosina. En cambio la salud implica sacrificio y esfuerzo: dieta y ejercicio. El saber también exige: estudio y práctica. Los bienes útiles y los bienes honestos demandan esfuerzo por parte de quien los anhela. El problema suele no estar en la percepción de esta verdad, sino en la aplicación «para mí». En la cualificación del sujeto para dicho objeto. En si «merezco» o no el hacerme de dichos bienes.
En el perezoso existe la conciencia de que la tarea reviste un esfuerzo del cual se quiere huir, pues no se vislumbra valioso. Hay una desconexión evidente entre el logro inmediato y el de largo plazo; entregar un reporte que supere las expectativas quizá no tenga un beneficio inmediato más allá de la palmada en la espalda, sin embargo, contribuye a uno mayor: me crea reputación. Un esfuerzo al día en el deporte no devuelve salud instantánea, pero la construye con constancia. El premio siempre es mayor al final.
Por otro lado, el procrastinador también se infravalora, pero de manera distinta, pues su percepción de sí mismo y lo que le rodea se confunden. Ve su «yo» como parte de un todo más amplio y le da fuerza y peso al juicio externo, poniéndolo al nivel del propio, e incluso anulándolo. La tarea no se juzga en términos de dificultad o facilidad, sino en la directa relación de su logro con la propia valía personal. En efecto, el procrastinador suele creer que su valor está en los resultados de lo que produce –creencia muy extendida en la actualidad, particularmente en el mundo sajón.
Por ello es mejor no enfrentar sino posponer. Si al final el resultado es inferior a mi capacidad, mi malestar –y mi justificación– está en las distracciones que me han impedido lograr lo que hubiera podido; situación que es mucho menos crítica vitalmente que la de confrontar mi concepto de mí mismo con el real. Me veo menos apreciable porque en el fondo asumo que soy muy valioso, pero requiero del juicio externo para comprobarlo.
Mientras que el perezoso no se ve digno de incrementar su valor personal, el procrastinador teme perder lo que percibe como tal. El primero rechaza el esfuerzo, pues no se ve a sí mismo como sujeto al final de la acción. El segundo confunde el objeto de su acción con su sujeto. El perezoso cree que su valor está en lo que él es ahora. El procrastinador considera que su valor está en el logro inmediato siguiente.
Empezar tareas, proyectos, trabajos y no terminarlos de manera sistemática, es una forma de sabotearnos en nuestra vida. Al adoptar comportamientos compulsivos –rituales– que me hacen perder el tiempo en lugar de ocuparme de lo que debo hacer, construyo una explicación plausible en mi mente para justificar mis fallas. Tiene menor costo emocional asumir que fallé en el cumplimiento debido a cuestiones externas, que enfrentarme al dolor potencial de realizar la tarea y fracasar en el resultado.
Como en todo proceso del comportamiento humano, el primer paso es enfrentar la realidad como es y aprender a ser consciente de mí mismo y de mis actos. Pero como también suele ocurrir con estos análisis de lo humano, no basta con entenderlo intelectualmente. Hace falta comprenderlo en sus orígenes y hacerme consciente de los procesos que me llevan a él para evitarlo.
La regla de oro es cambiar la forma en que estamos percibimos la realidad para ayudarnos a transformar nuestra manera de actuar. Por ejemplo, una persona perezosa puede entender que vale la pena hacer ejercicio, pero mientras se sienta relativamente sana, no percibirá razón para cambiar. Una forma ordinaria de hacerle ver los beneficios del deporte es la acción misma. Para un joven que padece pereza, un régimen de ejercicio diario, impuesto al principio, se convierte en una actividad placentera que él mismo buscará más tarde.
[Lee también: El autoestima del Director General y como afecta a la organización]
Fuentes:
1 Zaid, Gabriel (2010). «Procrastinar». Letras Libres. México, No. 144. Diciembre 2010.
2 Ferrari, Joseph R., et al. (1995). «Procrastination and task avoidance : theory, research, and treatment» / [edited by] Joseph R. Ferrari, Judith L. Johnson, William G. McCown and associates, New York : Plenum Press, c1995. p. 10
3 Pieper, Josef (2007). «Las virtudes fundamentales» / Josef Pieper. Madrid, Rialp, 9a ed. p.
4 Mallinger, Allan (2009). «The Myth of Perfection: Perfectionism in the Obsessive Personality». American Journal of Psychotherapy 63(2): p. 109
5 De acuerdo con la «Ley de Murphy», de no ser por ese «último minuto», absolutamente nada se habría logrado en la historia del mundo.