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Destino y misión en la acción de gobernar

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Por Felipe González y González
Decano

Al hablar de una empresa o institución es evidente que su primer fin es cumplir con la misión para la que fue creada, pero no ocurre lo mismo con cada persona. Si existimos es porque tenemos alguna finalidad, de lo contrario la vida es una aspiración vana. Cuando la tarea de gobernar se aparta o no sirve para que el ser humano recorra su camino, se desnaturaliza, equivale al desgobierno.

En la dirección de organizaciones es común hablar de los hombres y mujeres de acción para resaltar el aspecto práctico de su actividad. Las personas de vértice generan ideas, proyectos o programas y los concluyen. Ser realizador no es lo mismo que ser operador. El operador se parece más al administrador y el realizador más al gobernante.

Se suele presentar a los directivos, jefes, ejecutivos y emprendedores, como personas que ejercen el liderazgo, proponen metas y organizan a los demás. A los superiores se les tiene por guías. Por ello, su tarea como gobernantes no debería consistir en señalar los objetivos y la forma de conseguirlos, operando de una manera despótica. Me propongo reflexionar, con los lectores, sobre la tarea de gobierno en relación con las finalidades y el destino de la vida humana, que son las que dan el sentido a la acción de gobierno, y las que deben fijar los parámetros en la toma de decisiones para que se conviertan en acciones políticas, es decir justas y eficaces.

Vivir para sí mismo sería un absurdo, por aburrido y desesperante. Aquí se abre paso la idea del destino, que es lo que hace interesante la vida. Finalidad que se consigue a través de múltiples tareas, objetivos o propósitos, que muchas veces son fines intermedios.

Es importante no quedarse en las tareas como si fueran un fin en sí mismas. Las tareas sólo tienen valor en función de que nos conduzcan o no a nuestro destino. Y el destino se nos revela como aquello por lo que vale la pena existir y vivir, y que supone eso que todos llamados felicidad.

En la vida, hay que tomar la decisión de asumirla. Asumir la propia existencia es reconocer y aceptar sus límites, pero más importante es reconocer su fundamento. La vida es una tarea. Supone un comenzar y un terminar. Se trata de conseguir, pero partiendo desde algo. Es un ser viajero que necesita una actitud adecuada para la marcha, de tal suerte que la experiencia se transforme en conocimiento y progreso.

La tarea de caminar en la vida puede suponer gozo o dolor o frustrar. La vida se presenta como la posibilidad de hacer de la propia existencia una obra de arte: rica, perfecta, hermosa. Supone algo por conseguir, un plan y una estrategia, lo que implica una tarea de dirección. Por ello, la acción de gobierno siempre empieza en la persona.

Por lo anterior, me parece que cuando la tarea de gobernar se aparta o no sirve para que el ser humano recorra su camino, se desnaturaliza, lo que equivale al desgobierno, a la imposibilidad de que cada una y cada uno hagamos lo que debemos hacer porque se nos da la gana, y no porque otro u otros quieran imponérnoslo.

* Publicado originalmente en El Economista en diciembre de 2016.

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